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ARTÍCULO DIARIO EL MUNDO
Autor F. Álvarez
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Las calles de Algar de Palancia están impolutas. Al igual que sus jardines. Ni un papel, ni un desperdicio, ni un despojo. Los vecinos de este pequeño municipio valenciano, entre las sierras de Espadán y la Calderona, contribuyen decisivamente a su pulcritud. Escoba en mano, colaboran con su Consistorio. Sin cobrar un euro. Como voluntarios.
Alrededor de 40 personas, la mayoría mujeres, se han sumado a esta iniciativa. Realizan pequeñas tareas, de forma totalmente altruista, lo que se conoce como un trabajo de buena vecindad. Y no se limitan en exclusiva a la higiene.
Se encargan de las podas y del cuidado de las plantas, de abrir la biblioteca, de encender y apagar la iluminación del campo de fútbol o de adecentar el cementerio. En definitiva, embellecen el pueblo y permiten que algunos servicios públicos puedan, a pesar de la crisis, permanecer abiertos más tiempo.
El Ayuntamiento lanzó la propuesta hace algunas semanas, aunque su alcalde, el socialista Juan Emilio Lostada, prefiere atribuir la idea a sus propios conciudadanos: "No es nada excepcional. Algunos vecinos, a título individual, se ofrecieron a echar una mano. En los pueblos esto se ha hecho siempre".
Sin obligaciones
Lo cierto es que este 'voluntariado' social ha permitido mejorar la gestión de algunos servicios municipales. La biblioteca es el mejor ejemplo. Porque con la ayuda de todos, ha ampliado su horario.
Eva Expósito abre y cierra sus puertas cada martes por la tarde. Junto a otros residentes, se han organizado por turnos (en función de su disponibilidad) para asumir esta tarea. Si alguien fallara, otro ocuparía su lugar. Pero esta responsabilidad no le quita el sueño. No es una obligación. "Si nadie pudiera ir, ese día se quedaría cerrada", admite.
En Algar no sorprende esta respuesta. La biblioteca no siempre ha permanecido abierta. Su horario era limitado porque el consistorio no podía sufragar el salario de un profesional al frente. En época de bonanza, accedían a subvenciones específicas, se enviaban becarios. Ahora las cosas han cambiado.
"Por fortuna, tenemos muchos servicios e instalaciones que dependen del Ayuntamiento, pero también una gran escasez de recursos", explica Josep Cataluña, concejal de Cultura. En una población de menos de 600 habitantes, los presupuestos son austeros. Los ingresos extras brillan por su ausencia.
Respeto a la ley
La colaboración ciudadana palía estas carencias. Ahora un jubilado enciende y apaga las luces del campo de fútbol municipal cada tarde. Controla su uso y vigila que no se produzcan altercados ni actos vandálicos. Los niños de este municipio lo agradecen. Pueden jugar allí a diario.
No es un caso aislado. Esta Navidad, un grupo de mujeres aficionadas a la jardinería ha dado vida a una rotonda yerma en los accesos al pueblo. Han plantado flores de sus propios esquejes. Por su propia voluntad. Una actuación que al consistorio no le ha costado ni un euro.
Lostada insiste en que esta fórmula respeta escrupulosamente la legislación vigente. Cumple con el Estatuto de los Trabajadores (que también alude a la figura de la 'buena vecindad') y con la reglamentación existente sobre voluntariado. "Los vecinos colaboran de motu propio, sin presiones y sin recibir nada a cambio", puntualiza Cataluña. Además, esta práctica no destruye ninguno de los empleos ya existentes.
Según Cataluña, "el Ayuntamiento se ciñe en sus contrataciones a la Ley de Régimen Local". La conservación y el aseo del pueblo recae así sobre el alguacil y una empleada de la limpieza, responsable de adecentar las instalaciones municipales. Desde el consistorio al auditorio pasando, entre otras, por el gimnasio.
Insuficiente o no, el municipio no puede afrontar más gastos. Y menos en la actual coyuntura. Por eso la ayuda de los vecinos resulta siempre bienvenida. En la práctica, los concejales (tanto los del equipo de gobierno como de la oposición) también ejercen de políticos voluntarios. Trabajan gratis por su pueblo con la simbólica excepción del alcalde. Sus emolumentos apenas alcanzan los 400 euros mensuales.
Más ejemplos
No es la única población de España que ha recurrido a la ayuda de sus vecinos en tiempos de crisis. Esparraguera, en Barcelona, también pidió a sus más de 20.000 habitantes que ayudaran a barrer las calles ante las dificultades económicas que atravesaba la corporación local.
En Algar recuerdan que antaño existía la costumbre de que cada vecino pasara la escoba por el tramo de acera más próximo a su vivienda. De este modo, el pueblo lucía impoluto. "No es más que eso, los voluntarios se organizan y limpian hasta la esquina de su calle", precisa Eva. Y lo hacen con buen ánimo porque "es también una excusa para salir de casa, verse y conversar".
A pesar del éxito cosechado, Juan Emilio Lostada, el primer edil de Algar quita hierro a esta imaginativa medida. Asegura que la colaboración es "puntual" y que el mérito recae exclusivamente en sus conciudadanos.
Los habitantes de Algar destacan, precisamente, por su espíritu participativo. Apenas suman 570 personas, pero cuentan con una docena de asociaciones, escuela de música, banda propia e incluso una peña senderista. Su pequeño auditorio es, además, una referencia cultural en la zona. A los conciertos y representaciones teatrales no falta un vecino. En esta diminuta población nadie se arruga. Ni siquiera ante la escoba.
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