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martes, 17 de enero de 2012

A LA MEMORIA DE DOS GRANDES AMIGOS.-

ARTÍCULO EL AGUIJÓN
Autor Francisco Baquero
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fotografía extraída del diario El Aguijón

El hito concreto que aquí recojo, tuvo lugar en la exacta linde cronológica que separa la década de los años cuarenta y la de los cincuenta del pasado siglo. De él y del contexto socioeconómico en que tuvo lugar, hablo en mi nuevo libro, en ciernes, “Ecos de la Alhóndiga”, que quiere recoger toda una cultura agrícola, profunda y densa, de unos tiempos ya idos y olvidados.

Pero, como agradecida atención a una hija de Rafael Briasco Egea -primero por la izquierda, con gafas, en la fotografía-, que se hizo eco de un reciente artículo mío en este mismo medio, en el que aludía a su padre, adelanto, tal prometí, este recuerdo de aquellos hombres y aquella época que les tocó vivir. Hombres de peculiar cuajo en su hombría de bien, y singular condición como seres humanas, que hoy echamos de menos los que alcanzamos a conocerlos y tenerlos por amigos.

Cártama era aún un pueblo eminentemente campesino en su economía y en su conformación sociológica, con unos 6.000 habitantes, en su inmensa mayoría viviendo del laboreo agrícola y un cincuenta por ciento habitando en las cortijadas y pequeñas edificaciones agrícolas, diseminadas por su enorme término municipal, con tierras de ubérrimas vegas regadas con aguas del Guadalhorce y, secanos cerealísticos, con grandes manchas de arbolados cuales olivos, higueras y almendros.



Era una agricultura asociada a la ganadería (agropecuaria) de manera que, cada explotación, salvo contadas excepciones, contaba con tinado y cuadra contigua y comunicada con la vivienda a pie de tajo. Era una vida muy dura para el campesino que bregaba a brazo partido con la brava tierra de sol a sol, cuyas parcas plusvalías económicas de las cosechas, eran un tanto paliadas con la ganadería asociada.

Ello explica que siempre contara Cártama con un veterinario estable que, amén de Industrias Cárnicas Soler y García Agua, atendía sanitariamente el matadero municipal, las matanzas domésticas, entonces todavía casi un ritual en las casas pudientes, por navidades y mayo; capado de marranos de rastrojeras o estabulados para cebo, atención a animales de labor que enfermaban, capado de mulos y potros, etc. Este veterinario fue Julio Fernández, en la fotografía, segundo por la derecha, precedido del entonces presidente de la Hermandad de Labradores, Antonio Hurtado Sepúlveda, que constituían el jurado que en la feria de abril decidía qué bestia merecía el premio de dicha Hermandad, en este caso recaído sobre una yegua del padre del firmante de este artículo, premio que recoge uno de sus hermanos. Rafael Briasco fue, desde que se fundó la Hermandad de Labradores en el año 1.941, Secretario de la misma, aunque, antes, desde 1.939, fue ayudante del Juzgado de Paz, no más llegar desde Cartagena, su tierra natal.

A ambos, Julio Fernández y Rafael Briasco, que se hospedaban en la entonces posada familiar de Cuartero (Julio Fernández terminó alquilando una habitación en un estanco contiguo), los conocí por mis asiduas visitas en virtud de sus actividades, ya que mi padre solía delegar en mí algunas gestiones de la labor y del molino aceitero que explotaba.

Les caracterizaba a los dos una gran amabilidad y una exquisita deferencia al público, sin caer jamás en la ramplonería fácil, soy testigo de excepción, sabiendo ser amigos de sus amigos, y de esa amistad que me dispensaron, pese a la diferencia de edad, siempre me sentiré orgulloso.

A Rafael Briasco, ya poco antes de marcharse a Málaga (había casado con María Cuartero, hija de los posaderos donde se alojaba), la Caja de Ahorros de Antequera le dio su delegación en Cártama, en la que hizo la misma labor seria y beneficiosa para el pueblo que llevó a cabo como Secretario de la Hermandad de Labradores, en una postguerra de pobreza y reticencias políticas, demostrando un tacto y saber hacer realmente notables.

Podría reflejar gran cantidad de anécdotas y vivencias con estos y otros amigos comunes de aquella época, pero para ello necesitaría un mayor espacio.

No quiero, empero, dejar de expresar mi convencimiento de que, como mínimo, al igual que otras personas a las que últimamente se les ha dedicado una calle en Cártama, estos cartameños de adopción, que tanto bien hicieron por este pueblo, también la merecen.


FRANCISCO BAQUERO LUQUE

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