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martes, 5 de marzo de 2013

POR QUÉ NO HAY PROCESIONES EN CÁRTAMA (Iª PARTE).-

FUENTE: BLOG DE FRANCISCO BAQUERO LUQUE




 
Este trabajo intrahistórico  de una antañona Cártama, constará de dos, o quizás tres, partes. Esta primera la dedico a mis amigos, Gerardo Hernandez Les e Isabel, su esposa, y, al matrimonio Juan Andrés Vera y Esther e hijas,  quienes, desde su arribo a este pueblo, en el que han asentado sus  vidas,  tanto se han interesado por su auténtica y enjundiosa historia.

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            Ha  poco prometí en este mi blogs rememorar de que manera  antaño celebraba el pueblo  de Cártama la Semana Santa. Amén de mis recuerdos y de cuanto oí de mis mayores, me sirve de especial ayuda para éste mío,  un trabajo que, al respecto, publicó mi amigo y paisano, el profesor, Claudio Roldán Ruiz, en un interesantísimo libro editado por el Obispado en 1.991, en el que se sembla como celebran la Semana Santa Málaga, y todos y cada uno de los pueblos de su provincia.

            A más vivencia personal,   acompañé como “guía” durante 10 inolvidables días, y fui testigo de excepción de cuanto sobre la tradición semanasantera y otras particularidades cartameñas iba recabando de la gente del pueblo el ilustre escritor, poeta y novelista costumbrista,  don Salvador González Anaya,  de la RAE, que me honró con su amistad hasta su  muerte.

             Dicho libro era un brindis que a su madre le quería  hacer  (tal le tenía prometido desde sus primeras andanzas de escribidor) desde su terruño  de nacencia al cielo, en donde ya moraba su alma. Lo  publicó, si mal no recuerdo, en 1.952,  como un esbozo de novela dada su corta dimensión literal con el título, “El llavero de Anica la Pimienta”.

             Lo poca  gratificante línea que  parece haberse  marcado últimamente Cártama sobre su propia historia, parece ser la causa  de que sea  uno de los poquísimos pueblos de la provincia que, desde  1.929, sigue prescindiendo de las genuinas   celebraciones  de Semana Santa. Dice  Claudio Roldán en su citado trabajo:   “...Cártama tuvo una gran tradición semanasantera anterior a nuestra triste guerra civil, y que después desgraciadamente se perdió...(y) queremos (yo también me uno a ese deseo) que aquellas antiguas celebraciones de Semana Santa sean conocidas  por generaciones posteriores...(porque)  Cártama también fue en los comienzos de siglo (XX)  y muchas décadas  anteriores, un pueblo que vivía la Semana Grande cristiana  con un gran sentido religioso  plasmado en una serie de actos de fervor en los que el pueblo participaba...” con sencilla unción  de mismidad, a veces con sorprendente armonía interpretativa.

            Aunque el  pueblo creyente sí participa en los actos litúrgicos de Pasión celebrados dentro de la Parroquia, las actuales generaciones ya no recuerdan, ni casi saben que existieron, los singulares y peculiares  “PASOS DE CÁRTAMA”  de la no excesiva antigüedad. Entonces  la gente se constituía en participes y actores  de todas las secuencias bíblicas que evocaban  dichos PASOS. Estas representaciones, de sorprendente realismo, eran puestas en escena por un gran elenco de “actores”,  al aire libre en  lugares de orografías  muy similar a las de los lugares que en el otro extremo del Mediterráneo  frecuentó  Jesús de Nazaret en el  sublime drama  del Gólgota. Todo, reitero,   empezó a decaer por complejos ante ideologías adversas agresivas  en el año 1.929.



            Con los PASOS alternaban las procesiones  de los titulares de las dos Hermandades, “verdes” y “moraos” que contaban con imágenes de enorme interés artístico, que fueron quemadas durante la contienda civil, salvo un Nazareno, que salvó el rapsoda cartameño, González Marín, talla  de Fernando Ortiz de la Escuela Granadina.

            Estremecía el ánimo durante el recorrido procesional, las inesperadas saetas de cualquiera de los muchos cantaores que tenía Cártama. Sobresalían Pitana y la humilde “Chirra” o “Mariquita la del Terralo”; eran tan buena saetera empírica que ello no fue óbice para que un año, que González Marín la llevo a Sevilla a un concurso de saetas, se trajera el primer premio; tal suena. Allí, entre otras cantó la siguiente saeta.

                  “La corona del Señor
                   no es de rosas ni claveles,
                   que es, de espinas de zarza
                   que le traspasa las sienes”



            También recoge Claudio Roldán en su trabajo historiológico  (y yo coincido por mis recuerdos, el haberlo oido  de los mayores y por mis lecturas),   los interesantes datos siguientes: “todos los personajes que participaban tenían su vestuario específico que constaban de:

           --Túnica hebrea, vestidos de romanos, de sayones, etc.
           --Sandalias.
           --Careta para caracterizarse  hecha de  cartón piedra
         
            Todo este material y el espíritu participativo se transmitían  de generación en generación, de padres a hijos. El hábito los hacía buenos actores, pero había  casos de valía notable para la interpretación. Debió ser realmente un alarde de realismo pintoresco, de fruición espiritual y hermandad popular, pese a la dinámica  formal casi elemental.

            Según Roldán, los momentos o secuencias más importantes también se correspondían con los más significados del drama bíblico:

--El sacrificio de Isaac.
--La samaritana y Jesús en el brocal del pozo, que al parecer se representaba al final de  calle Concepción en el pocillo simulado cabe la Peana.        
--María Magdalena como mujer pecadora y arrepentida
 --La negación de Pedro.        
--Juicio de Jesús ante Anás, Caifás y Pilatos.
--Ecce Homo: Presentación al pueblo.
--Jesús camino del Calvario.
--Las tres caídas de Jesús. La Verónica
--La Crucifixión.
--Resurrección en el interior de la parroquia.

            El sábado de resurrección lo llamábamos los  chavales el “día de las latas”, pues tras tres  días de silencio penitencial, ya podíamos hacer ruido la alegría por la Resurrección del Señor. Semanas antes, los chaveas las pasábamos rejuntando latas  viejas  en muladares, comercios y en el propio hogar; cada uno   hacía con ellas un montón bien empañetado y asegurado con fuertes guitas. Una flexible alambre se enganchaba al montón y, tirando de las latas recorríamos, arrastrándolas en desenfrenada carrera por las calles del pueblo, entonces  terrizas o, a lo sumo, enchinadas. Un verdadero clamor de latas, al que se unía el trepidante repicar de campanas de la Iglesia y Ermita, que duraba un par de horas con el gozo de la chiquillería, y el de los mayores que para hacer más atronadora la algarabía, echaban mano de la escopeta de caza y unían a los cohetes unos cuantos disparos al aire. Ese día de alegría todo  estaba permitido, en aras ciertamente, de olvidar muchas cosas sobrecogedoras de una aciaga guerra  aún muy reciente. ¡Qué tiempos...! Don José Cuevas, el médico  del lugar, tenía ese día acopio de suero antitetánico para prevenir las resultas de las latas infectas en la chiquillería que, solían herirse con ellas en ocasión tal.

             Como queda dicho, la guerra acabó también con esta tradición. Por cierto, el pasado  26 de febrero  se ha cumplido los  75 años que retornó de su odisea mariana-poética por las América, en los brazos de José González Marín, su JUGLAR, La Virgen de Los Remedios, que fue recibida por todo un pueblo enlutado en la punta del pueblo junto a la carpintería del Ñaña. Allí, al menos durante una tarde, se olvidaron odios y rencores represados aún desde la cainita contienda. Tenía yo unos siete años, e iba de la mano de mis padres en medio de aquella multitud doliente, recién salida Cártama del drama  de la guerra incivil. Difícilmente podré reprimir las lágrimas al rememorar y describir este grandioso espectáculo del retorno de la Patrona del pueblo tras año y medio de peregrinar místico allende los mares que constituyó quizás la mas bella cantiga mariana de la historia de España. Traía consigo en un pequeño arca tierra de cada país y, una bandera, regalos de los mandatarios de todas y cada una de las naciones visitadas, que fueron 16.


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