FUENTE: BLOG DE FRANCISCO BAQUERO LUQUE
Este trabajo intrahistórico de una antañona Cártama, constará de dos, o quizás tres, partes. Esta primera la dedico a mis amigos, Gerardo Hernandez Les e Isabel, su esposa, y, al matrimonio Juan Andrés Vera y Esther e hijas, quienes, desde su arribo a este pueblo, en el que han asentado sus vidas, tanto se han interesado por su auténtica y enjundiosa historia.
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Ha poco prometí en este mi blogs rememorar de que manera antaño celebraba el pueblo de Cártama la Semana Santa. Amén de mis recuerdos y de cuanto oí de mis mayores, me sirve de especial ayuda para éste mío, un trabajo que, al respecto, publicó mi amigo y paisano, el profesor, Claudio Roldán Ruiz, en un interesantísimo libro editado por el Obispado en 1.991, en el que se sembla como celebran la Semana Santa Málaga, y todos y cada uno de los pueblos de su provincia.
A más vivencia personal, acompañé como “guía” durante 10 inolvidables días, y fui testigo de excepción de cuanto sobre la tradición semanasantera y otras particularidades cartameñas iba recabando de la gente del pueblo el ilustre escritor, poeta y novelista costumbrista, don Salvador González Anaya, de la RAE, que me honró con su amistad hasta su muerte.
Dicho libro era un brindis que a su madre le quería hacer (tal le tenía prometido desde sus primeras andanzas de escribidor) desde su terruño de nacencia al cielo, en donde ya moraba su alma. Lo publicó, si mal no recuerdo, en 1.952, como un esbozo de novela dada su corta dimensión literal con el título, “El llavero de Anica la Pimienta”.
Lo poca gratificante línea que parece haberse marcado últimamente Cártama sobre su propia historia, parece ser la causa de que sea uno de los poquísimos pueblos de la provincia que, desde 1.929, sigue prescindiendo de las genuinas celebraciones de Semana Santa. Dice Claudio Roldán en su citado trabajo: “...Cártama tuvo una gran tradición semanasantera anterior a nuestra triste guerra civil, y que después desgraciadamente se perdió...(y) queremos (yo también me uno a ese deseo) que aquellas antiguas celebraciones de Semana Santa sean conocidas por generaciones posteriores...(porque) Cártama también fue en los comienzos de siglo (XX) y muchas décadas anteriores, un pueblo que vivía la Semana Grande cristiana con un gran sentido religioso plasmado en una serie de actos de fervor en los que el pueblo participaba...” con sencilla unción de mismidad, a veces con sorprendente armonía interpretativa.
Aunque el pueblo creyente sí participa en los actos litúrgicos de Pasión celebrados dentro de la Parroquia, las actuales generaciones ya no recuerdan, ni casi saben que existieron, los singulares y peculiares “PASOS DE CÁRTAMA” de la no excesiva antigüedad. Entonces la gente se constituía en participes y actores de todas las secuencias bíblicas que evocaban dichos PASOS. Estas representaciones, de sorprendente realismo, eran puestas en escena por un gran elenco de “actores”, al aire libre en lugares de orografías muy similar a las de los lugares que en el otro extremo del Mediterráneo frecuentó Jesús de Nazaret en el sublime drama del Gólgota. Todo, reitero, empezó a decaer por complejos ante ideologías adversas agresivas en el año 1.929.
Con los PASOS alternaban las procesiones de los titulares de las dos Hermandades, “verdes” y “moraos” que contaban con imágenes de enorme interés artístico, que fueron quemadas durante la contienda civil, salvo un Nazareno, que salvó el rapsoda cartameño, González Marín, talla de Fernando Ortiz de la Escuela Granadina.
Estremecía el ánimo durante el recorrido procesional, las inesperadas saetas de cualquiera de los muchos cantaores que tenía Cártama. Sobresalían Pitana y la humilde “Chirra” o “Mariquita la del Terralo”; eran tan buena saetera empírica que ello no fue óbice para que un año, que González Marín la llevo a Sevilla a un concurso de saetas, se trajera el primer premio; tal suena. Allí, entre otras cantó la siguiente saeta.
“La corona del Señor
no es de rosas ni claveles,
que es, de espinas de zarza
que le traspasa las sienes”
También recoge Claudio Roldán en su trabajo historiológico (y yo coincido por mis recuerdos, el haberlo oido de los mayores y por mis lecturas), los interesantes datos siguientes: “todos los personajes que participaban tenían su vestuario específico que constaban de:
--Túnica hebrea, vestidos de romanos, de sayones, etc.
--Sandalias.
--Careta para caracterizarse hecha de cartón piedra
Todo este material y el espíritu participativo se transmitían de generación en generación, de padres a hijos. El hábito los hacía buenos actores, pero había casos de valía notable para la interpretación. Debió ser realmente un alarde de realismo pintoresco, de fruición espiritual y hermandad popular, pese a la dinámica formal casi elemental.
Según Roldán, los momentos o secuencias más importantes también se correspondían con los más significados del drama bíblico:
--El sacrificio de Isaac.
--La samaritana y Jesús en el brocal del pozo, que al parecer se representaba al final de calle Concepción en el pocillo simulado cabe la Peana.
--María Magdalena como mujer pecadora y arrepentida
--La negación de Pedro.
--Juicio de Jesús ante Anás, Caifás y Pilatos.
--Ecce Homo: Presentación al pueblo.
--Jesús camino del Calvario.
--Las tres caídas de Jesús. La Verónica
--La Crucifixión.
--Resurrección en el interior de la parroquia.
El sábado de resurrección lo llamábamos los chavales el “día de las latas”, pues tras tres días de silencio penitencial, ya podíamos hacer ruido la alegría por la Resurrección del Señor. Semanas antes, los chaveas las pasábamos rejuntando latas viejas en muladares, comercios y en el propio hogar; cada uno hacía con ellas un montón bien empañetado y asegurado con fuertes guitas. Una flexible alambre se enganchaba al montón y, tirando de las latas recorríamos, arrastrándolas en desenfrenada carrera por las calles del pueblo, entonces terrizas o, a lo sumo, enchinadas. Un verdadero clamor de latas, al que se unía el trepidante repicar de campanas de la Iglesia y Ermita, que duraba un par de horas con el gozo de la chiquillería, y el de los mayores que para hacer más atronadora la algarabía, echaban mano de la escopeta de caza y unían a los cohetes unos cuantos disparos al aire. Ese día de alegría todo estaba permitido, en aras ciertamente, de olvidar muchas cosas sobrecogedoras de una aciaga guerra aún muy reciente. ¡Qué tiempos...! Don José Cuevas, el médico del lugar, tenía ese día acopio de suero antitetánico para prevenir las resultas de las latas infectas en la chiquillería que, solían herirse con ellas en ocasión tal.
Como queda dicho, la guerra acabó también con esta tradición. Por cierto, el pasado 26 de febrero se ha cumplido los 75 años que retornó de su odisea mariana-poética por las América, en los brazos de José González Marín, su JUGLAR, La Virgen de Los Remedios, que fue recibida por todo un pueblo enlutado en la punta del pueblo junto a la carpintería del Ñaña. Allí, al menos durante una tarde, se olvidaron odios y rencores represados aún desde la cainita contienda. Tenía yo unos siete años, e iba de la mano de mis padres en medio de aquella multitud doliente, recién salida Cártama del drama de la guerra incivil. Difícilmente podré reprimir las lágrimas al rememorar y describir este grandioso espectáculo del retorno de la Patrona del pueblo tras año y medio de peregrinar místico allende los mares que constituyó quizás la mas bella cantiga mariana de la historia de España. Traía consigo en un pequeño arca tierra de cada país y, una bandera, regalos de los mandatarios de todas y cada una de las naciones visitadas, que fueron 16.
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