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martes, 12 de octubre de 2010

LAS RUINAS DEL CASTILLO DE CÁRTAMA.-


Por Fernando Bravo Conejo.-

Desde la Edad del Cobre nos constan restos en este lugar, sobre los que las posteriores culturas han ido construyendo, con la intención de ampliar y mejorar el entorno encastillado de este cerro desde el que se controla la vega del Guadalhorce.


La presencia del pueblo Íbero, como muestran los ricos y variados ajuares funerarios, fue tan fuerte que debió dar lugar a un reino con su propio territorio de influencia, cuyos pobladores llamaremos “Cartamíberos”. Como valerosos y valorados guerreros, no descuidaron su propia defensa, e intuimos la existencia de un santuario ibérico intramuros, dadas las condiciones del entorno y los restos numismáticos y cerámicos recogidos.


Monedas y cerámicas fenicias encontradas en las murallas y alrededores, dan testimonio de la buena relación comercial con los colonizadores llegados de Oriente. De época romana aún son preciables restos de depósitos de almacenamiento estucados, sobre los que se asientan los actuales muros.


Escasos son los restos de época visigoda, quizás por lo breve del periodo, pero suficientes para constatar la existencia de población en la fortaleza.


Durante la rebelión de Omar Ibn Hafsun se mantuvo Cártama fiel al Califato cordobés, situación muy comprometida, ya que la frontera rebelde se encontraba tan cerca como en el actual cerro de las Tres Cruces. Esto obligó a cambiar el diseño defensivo del castillo; obra que apreciamos por la planta cuadrangular de la fortaleza, típica de las estructuras militares oficiales impuestas por Córdoba.


Con el impulso económico y político que supuso el dominio almohade, durante el siglo XII la ciudad de Cártama se vio ampliada y mejorada urbanísticamente. No cabe duda de que buena parte de las mejoras destinadas a la localidad fueron a parar al su castillo. Sin embargo, entre los elementos arquitectónicos hoy visibles destacan los tapiales construidos en hiladas de mampuestos, alternados con finas hiladas de ripios que preparan el asiento para el siguiente tapial, atribuible a la etapa de Muhammad V (1354-1359).


Posteriormente, el empuje castellano obliga al reino nazarí de Málaga a reforzar su perímetro defensivo. Durante los siglos XIII y XIV se construyeron torres y atalayas vigías en las alturas, y se amplían y mejoran las defensas de las fortalezas. A esta época debe el castillo de Cártama el doble recinto amurallado, el aljibe de la plaza de armas, y los refuerzos en algunas esquinas y paredes en ladrillo.


La conquista de la plaza por los castellanos fue la llave definitiva para tomar Málaga; y así debieron atenderlo los Reyes Católicos que entre 1485 y 1487 realizaron inversiones en la fortaleza superiores a los 5 millones de maravedíes anuales, destinados a mantener una guarnición militar compuesta de capellán, físico, herrero, lanceros, caballeros, hacheros, espingarderos, ballesteros y tiradores de ribadoquín.


A partir de 1491 la fortaleza va perdiendo importancia estratégica y los vecinos utilizan el material de las murallas para construir sus propias viviendas, proceso en el que se pierden torres y se desmochan adarves. Sin embargo, la reutilización de un antiguo edificio militar como ermita daría un halo de vida al antiguo acceso al castillo, permitiendo su perduración hasta la actualidad. No correría la misma suerte para la fortaleza en sí, sumida desde entonces en tal proceso de abandono, que a día de hoy apenas es posible distinguir ni tan siquiera la puerta de entrada al recinto.


Si embargo, aún estamos a tiempo de recuperar todos los elementos que un día lo hicieron grandioso, imponente y codiciado. Tan sólo son necesarias algunas campañas de excavación y restauración para que recupere la antigua imagen que dominaba la comarca.



1 comentario:

  1. Sería muy interesante como dice el último párrafo de la información,que si aún estamos a tiempo de recuperar los elementos que un día lo hicieron grandioso,imponente y codiciado nos pusiesemos manos a la obra para lograrlo,sería muy significativo que por una vez hubiese unanimidad en recuperar algo que nosotros mismos hemos colaborado en que llegase a desaparecer

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