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viernes, 17 de septiembre de 2010

FRANCISCO GÓMEZ CAÑETE, EL PERIPLO DE UN SUFRIDOR.-



Nacido en el seno de una familia labradora, en un lugar de “los pechos de Cártama”, entre el arroyo Peral y La Saucedilla, zona que aun se conoce como “Los Gómez”; la mala suerte acompañó a Francisco Gómez desde el primer momento.

Su padre les abandonó pronto; cuando Francisco apenas tenía tres años, decidió marcharse a América para ver si allí había mejor suerte para él y su familia, pero nunca mas volvieron a saber de él.

Francisco y su hermano Antonio, que tendría entonces unos siete años, quedaron como cabezas de una familia de seis miembros; además de ellos dos, estaban sus tres hermanas, María, Isabel y Remedios; y su madre María Cañete Camuña. Bien es cierto que muy cerca vivían sus abuelos maternos con su tío Miguel; pero éste tenía suficiente trabajo con mantener a los dos ancianos, por lo que hubieron de ingeniárselas los dos hermanos desde muy temprana edad, para llevar el sustento a casa.

Llegada la Guerra Civil, fue reclutado contra su voluntad por el ejército republicano. Su hermano Antonio, que no quiso dejarlo ir sólo, también ingresó en el ejército para acompañarlo, y a la hora de la partida fueron despedidos con los llantos de la familia, a la que se sumó Remedios, la novia de Francisco.


En Valencia fue hecho prisionero Antonio, y los dos hermanos se separaron definitivamente. De Francisco no vuelve a saber nada su familia hasta que en 1940, su madre recibe una carta en la que cuenta que era prisionero de los nazis.

Al acabar la guerra tuvo que huir de España, como otros muchos republicanos, y buscó refugio en el Campo de refugiados de Argüelles (Francia), uno de tantos que se habilitaron en el país vecino, y que no pasaba de ser un gran llano cercado en el que debían improvisar cada familia su refugio.

Con la llegada al gobierno francés de los Vichy, en plena Segunda Guerra Mundial, los republicanos españoles fueron mandados al frente o entregados a la GESTAPO; así que Francisco fue un día cargado como ganado, junto con unos cuarenta españoles mas, en un vagón de madera. Apiñados unos sobre otros, viajaron sobre sus propios excrementos sin conocer su destino, las puertas no se volvieron a abrir hasta que llegaron a “Mauthausen”, Austria. Allí, los soldados de las SS los condujeron durante cuatro kilómetros, a pié y a golpes, hasta el campo de concentración, con el continuo insulto “Rotspanier”, que con el tiempo aprenderían que significa “rojos españoles”.

A la entrada al campo, un fuerte olor a carne quemada les impactó en la cara, algunos supervivientes cuentan que también olía a almendras amargas. Nada mas entrar los desnudaron en el patio, donde se registraban temperaturas de más de diez grados bajo cero; seguidamente separaron hombres de mujeres, jóvenes de viejos. Los ancianos, por ser considerados inútiles, fueron gaseados los primeros. Los demás se despiojaron, se marcaron con un numero, y se les dio para vestir el “drillich” o traje a rayas que llevaba un triangulo azul y una “S” blanca de “Spanien”.

Es difícil saber cómo murió Francisco, el trabajo era muy duro y los presos apenas pesaban 30 kilos por el hambre; puede que fuese picando en la profundidad cantera; o subiendo los 186 peldaños de acceso a la misma, donde también murieron muchos de agotamiento; o por la noche mientras dormían en el barracón, donde también fallecían de frío. Lo único cierto es que fue el 22 de abril de 1941, por la trascripción que se ha hecho de los documentos que recogieron los aliados cuando fue liberado el campo.

Mientras, en Cártama, su familia no había perdido la esperanza de que un día Francisco regresara, y no dejaba de escribir cartas al consulado alemán. Pero no habría respuesta; hasta 1962, en que recibieron una carta de Cruz Roja Internacional comunicando que Francisco Gómez Cañete, había fallecido en Mauthausen. Pero María Cañete se negó a creer lo que decía aquella carta, y así murió.

Por todo legado, de Francisco sólo quedó una pensión de tres mil pesetas al mes por parte del gobierno alemán, y los recuerdos que guarda su familia.

Hoy, una de las principales avenidas de la malagueña población de la Estación de Cártama lleva su nombre.

Fernando Bravo Conejo.-

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