Artículo publicado en el Aguijón
Autor Francisco Baquero Luque
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1ª PARTE
...Vi llegar de las pencas la fruta grata
en canastas de mimbres escurridizos;
y cantó el pregonero con voz de plata:
“¡Van los chumbos reondos y qué pajizos!”
(De “Pregones”, de Salvador Rueda, que González Marín dio a conocer en sus arpegios por el mundo entero)
Imposible embridar los recuerdos que nos galopan por el magín echando nudos de nostalgias en la garganta; “¡muera la edad...¡”
Y miren ustedes por donde un periódico nacional de hoy mesmo, 28 de julio de 2,011, nos dice, que el Ministro del Interior --el “otro” del “faisán”-- ha hecho una escapada a Marruecos para “hacerse la foto” degustando los chumbos de aquellos pagos. A ver cuando se acuerda alguien que los “sabrosos, gordos y reondos” de Cártama han sustanciado a lo largo de siglos paginas y paginas de la literatura y de la historia patria: Los iberos ya vendían a los fenicios el célebre rojo de cochinilla, excreción de unos insectos que medraban en las tupidas y frescas sombras de las frondosas chumberas de la edénica Cartha (Cártama), con cuyo producto, estos últimos teñían las telas en el célebre color púrpura tan usado por los señores y señoras de postín en las ciudades de las antiguas civilizaciones de la cuenca mediterránea a donde, desde la factoría Malaka en la desembocadura del Guadalhorce, los púnicos exportaban al mundo entero entonces conocido.
Viene a pelo relatar aquí una vivencia, auténtica gozada de juventud. Tuve la suerte de acompañar a José González Marín en uno de sus viajes a Madrid para dar un recital benéfico en el Teatro Calderón y dar ideas a algunos vates de temarios poéticos que incluir en su repertorio, concretamente a Ochaita, Julio Trena, Rafael de León y Benítez Carrasco entre otros. Durante los diez días que allá estuvimos, solía venir por las tardes a recogernos al Hotel Andalucía el periodista-poeta, César González Ruano. En una de estas ocasiones (yo, con unos 17 años, les acompañaba con la timidez que cabe suponer), íbamos Recoletos abajo cuando, de pronto, desde un cutre tenderete cercano irrumpió la voz del insospechado pregonero:
--¡Madrileños, anden a los frescos, gordos y reondos que son de Cártama...!
¿.........?
Allí, tras un puesto callejero ad hoc, estaba “El Zocato”, aquel aguerrido y ya casi viejo viñero cartameño, que viniéndole corto el mercado malacitano para la venta de su esquilmo de chumbos serranos, había acordado con su compadre --¿qué hombre de relación no tenía algún compadre entones?-- un hueco en la diaria carga de pescado que éste con regularidad llevaba en su camión a la capital del Reino, en el que metería sus capachos de chumbos para probar suerte de mercadeo en los “madriles”. Y allí, en la acera del matritense paseo de Recoletos, pregonaba los chumbos de su tierra guadalhorceña: “¡Madrileños, son de Cártama, chumbos dulces, gordos y mauros...!”
Al abrazo de los tres cartameños se sumó César González Ruano más asombrado que un búho ante una linterna. Y, de inmediato, en plena calle, al pregón del esquilmeño de Cártama se unió la voz del rapsoda (¡quietas, nostálgicas lágrimas...!):
“Cártama, tierra que quiero con mis entrañas...
yo escuché el coro inmenso de tus pregones
llenos de algarabías dulces y extrañas...
En ópera se trueca tus timbres regios,
y eres un concertante fresco y jocundo
de fermatas y acordes, trinos y arpegios.
Ví llevar de tus pencas la fruta grata
en canastas de mimbres escurriudizos;
y os canta el pregonero aquí presente:
El Zocato, que también era cantaor de la generación de Pitana, pregonó por tientos con voz rasgada de emoción:
¡Aquí traigo los chumbos frescos y dulces,
son de Cártama bella, tierra que adoro...!
No, no iba descaminado quien dijo un día que en Cártama se le da una patada a un terrón y aparece un poeta.
La gente, atónita ante el espectáculo en la mismísima calle de Recoletos: “Pero..., ¡si es González Marín recitando los pregones malagueños...!
En poco más de media hora, al Zocato no le quedaba un solo chumbo en el tenderete; la última docena se la puso en un cartucho de papel estraza para llevarlos a casa, a don César González Ruano quien, ya le había dado, inducido por el grato asombro, varios trinques a la botella-petaca que llevaba en el bolsillo interior de su guayabera y, el último trago de coñac del Puerto de Santamaría, me lo hizo dar a mí. Por cierto, que al día siguiente don César faltó a la habitual cita con Pepe González: Nadie le había advertido de las pasadas intestinales que solían ocasionar esta fruta y, le habían tenido que desatorar la pechá de chumbos a base de lavativas...
2ª PARTE
A mis amigos Gerardo e Isabel
Quiero completar aquí mi anterior artículo publicado en este mismo medio sobre los chumbos de mi pueblo y la comarca que geográficamente encabeza. Curiosamente, como las palmeras en Elche, es esta humilde fruta referencia vectora de hitos históricos e intrahistóricos de la ribera del Guadalhorce.
Por igual razón, lo mismo podríamos citar en esa línea otros frutos de singular simbolismo estival, preciosas y pingues ofrendas de estos campos; un generoso don de las huertas ribereñas y serranas viñas guadalhorceñas. Quién tuviera el estro de un Virgilio, autor latino de Églogas y Geórgicas y de la Eneida (“Yo aquel que en otro tiempo modulé canciones al son de la leve avena...”), ó, el numen de Horacio delBeatus ille (“Beatus ille qui procul negotiis...) para cantar con sones excelsos los benditos frutos de esta comarcana y mirífica tierra de nuestros amores, por desgracia ya reseca y agostada por la desidia y la irresponsabilidad de los políticos de estos tiempos. Pero, no mezclemos asuntos, tiempo habrá, D.M, y, vamos a lo que vamos...
Un dicho popular, cuyo origen es un arcano, aseveraba que los chumbos “del manto de Jesús” los producían las pencas del borde del camino-realenga que serpea por la Sierra de Las Viñas --delicioso paraje de armónica y sugestiva belleza orográfica--, que embona Cártama y otros pueblos costeros, la Alquería (en donde el general González y sus huestes apresaron a Torrijos y los suyos) y Alhaurinejo. Trocha, por tanto, con una cierta impregnación mística por ser multisecular sendero de herraduras y de piaras trashumantes como de romeros de la fe mariana popular. A la vera del mismo y al pie del castillo agareno cartameño, se ubica el Santuario de la Virgen de Los Remedios, lugar de constante destino devocional desde dichos pueblos del suroeste de la provincia, como de otros de la provincia por distintas rutas y atajos.
El partido de las Viñas, lo constituye una franja serrana de tierra labrantía, de secano con puntuales y deleitosos huertos, entre las sierras de Almotaje por el Sur y, la de Los Espartales por el Norte. ¡Dios, que belleza de lugares y qué concordancia de semántica con los topónimos!: A sus pies, en indefinible lontananza de paisajes, las anaranjadas tierras de la vega ubérrima que riega el eterno curso azul de padre Guadalhorce, cauce de ancestrales civilizaciones y culturas que, mal que bien, constituyen la argamasa etnológica actual, ya un tanto triste y abúlica ciertamente, pero que es depósitos de latentes y deleitosas vivencias en lo más recóndito de nuestra alma “como un pájaro enfermo y prisionero”, y que nos sugieren ecos de sublimes episodios turbadores del Antiguo y Nuevo Testamento. ¡Ay Dios..., la imagen de José dentro del pozo vendido por sus míseros hermanos! Sí, de alguna manera la historia de los hombres rola a lo largo de los tiempos como las nubes por el azul celeste! Se repite.
Como testigo de lo ajustado de este mi canto al chumbo y a la tierra que lo enraiza, invoco trozos del libro, “Recuerdos cartameños”, escrito allá por el comedio de la década de los años cincuenta del pasado siglo, por el entonces cronista de la villa, y amigo, Juan Gutiérrez Faura:
“No puedo pasar por alto al tratar de los cultivos, el famoso cactus, cuyo dulcísimo fruto de interior dorado constituye el Made in Cártama. ....
Aún cuando esta planta no exige ninguna clase de cultivo, existe una zona hacia el sur de la demarcación...formada por una cadena de altos cerros y profundas cañadas por las que entre juncos, adelfas y zarzales corre clarísima el agua que se desborda de las cristalinas fuentes de la sierra.
Se encuentra distribuido este terreno en pequeñas parcelas (llamadas por derivación, viñas);dada una de ellas con su diminuta y blanca casita o, con una humilde choza constituyendo lo que llaman el Partido de las viñas...porque en tiempos antiguos fueron, en efecto, viñas ubérrimas...
Son estos chumbos cartameños, de verde tan tierno, tan carnoso y tan escaso de púas, que se distingue notablemente de los que el viajero ve, de aspecto hosco y áspero en sus viajes por ferrocarril...
En los meses estivales cuando la chicharra lanza su canción monótona bajo el sol...los dueños de estas pequeñas propiedades, gente pobre..., se trasladan a las Viñas para dedicarse a la recolección (esquilmo) del higo chumbo.
Esa tarea pintoresca consiste en emplear una larga y gruesa caña abierta en cuatro cascos por un extremo, por el que introducen una pequeña piedra que permite el hueco suficiente para abarcar la fruta que, con unas cuantas vueltas se desprende sin el más leve desperfecto. Después, se somete a la faena del barrido valiéndose de una escoba de retamas con lo que quedan limpios de sus diminutas espinas.
Esta operación, que se verifica al caer la tarde, da tiempo para que de madrugada sea conducida la mercancía a lomos de borriquillos que llegan a la capital al rayar el día para ser vendidos al público entre macetas de albahaca y rezumantes botijos de agua fresca a “perragorda la pechá”
Otros, no bien apunta el día se dirigen al pueblo con sus canastos repletos, En su mayoría chiquillos, cubiertos con sombreros de palmas, calzados con alpargates y faz negra como rifeños por el sol que reciben en los paseros de higos y uvas pasas, lanzando su clásico pregón, tal aquel que hasta en Madrid lanzaba el esquilmero, “El Zocato, como quedó referido en el artículo anterior:
¡Andad a los chumbos!,
¡Frescos y dulcísimos,
gordos y baratos...!
Sería imposible agotar en el espacio de un artículo todo lo que históricamente el chumbo sugiere a la memoria de cualquier cartameño de cierta edad. De la apacible y noble fruta, actualmente despreciada, otrora factor de ingresos complementarios de muchas humildes familias del entorno, dejó escrito el escritor, novelista, poeta, académico de la Real Academia de la Lengua Española, Salvador González Anaya, con cuya amistad me honró, hijo de madre cartameña, en su novela centrada en motivos de la tierra materna, y escrita en honor y amor a ella, “El llavero de Anica la Pimienta”.
“Y subí al tren y arribé a Cártama. Pero salvo la Virgen de Los Remedios, algunos parientes lejanos y la escueta figura del aplaudido González Marín, en la villa no tropecé con cosa alguna digna de mención novelística, sino chismes y chumbos”.Murió González Marín y desaparecieron los parientes lejanos del novelista, se acabaron los chumbos, la historia universal de la Virgen se cuestiona por odio e inquina, así que, ya me dirán ustedes...
Si a don Salvador, que murió a poco de publicar la dicha novela, le fuera dado volver por Cártama y comprobar el pajeao actual (hasta al hijo más ilustre de todos los tiempos y honra de la cultura patria, han vituperado en su propio pueblo) a saber que diría de ello; a mi, antes de morir, ya me lo explicó. Para soslayar la vergüenza ajena, mejor no pensar en el entuerto, la historia los juzgará; ya lo hace.
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